La contrarrevolución –el Golpe civil y militar del 11 de septiembre de 1973 y la dictadura que le siguió durante 17 años– no puede comprenderse separadamente del proyecto revolucionario de la Unidad Popular, ni tampoco de la historia de los años 60 y 70 en Asia, África y América Latina, años que consistieron en la búsqueda, mediante luchas revolucionarias, por la emancipación. Porque la historia trata de procesos, con sus etapas, sus límites, sus continuidades y sus rupturas; y trata sobre todo de procesos concretos, singulares y específicos, que no se pueden repetir. Si se repiten será únicamente como comedia. Por ello es que aquí interrogamos, de modo situado y concreto, el acaecer de la lucha de clases. Nos orienta una primera constatación: la contrarrevolución, en su carácter masivo, es la señal de que la intensidad de la lucha durante la Unidad Popular, incluso por los medios de la legalidad, alcanzó umbrales inéditos. Esta experiencia hoy nos interpela respecto de qué es lo que entendemos por revolución, y también de cuáles son las potencialidades que hoy amenazan y acechan las democracias.