Estos cuentos de inmigrantes exponen una muestra de “personajes” que están muy cerca de sus “personas”. Y, consecuentemente, sus “ficciones” perfectamente podrían ser vistas como “testimonios”. Esto es porque la representación de estas narraciones resulta vívida y cercana para cualquier observador atento de esta ciudad. Santiago es el crisol donde convergen los personajes de estos relatos…
Acá tenemos a madre e hija subsistiendo con sus picarones después del suicidio del padre, y la posibilidad de nuevos horizontes en Chile. La voz narrativa se embarca en un viaje, solo con el dato de una conocida que trabaja en un café de dueño argentino. Ella describe: “Me presentó a su jefe. Un argentino con buena pinta, alto y con olor a colonia rica. Le gusté, yo no quería hacer de puta, que era lo que al fin y al cabo, se terminaba haciendo en el Paraíso… No tengo nada contra las putas, pero me aburría venir a hacer lo mismo que podía haber hecho en mi país”, confiesa la protagonista, quien, dicho sea de paso, es virgen. El café, llamado, irónicamente, Paraíso, y que deviene prostíbulo, es el crisol que le permite a la voz exponer sus percepciones del nuevo espacio urbano: “Me salió este viaje a Chile y partí sin pensarlo dos veces. El viaje lo hice en bus. Dos días aburridos e interminables. Cuando llegué al terminal olía a pobre, igual que en mi país pero este era un olor más dulzón, menos picante”.
En muchas secciones de este volumen se describe o, más bien se evoca el sabor de la comida. Este tipo de recuerdos nostálgicos nos habla del afán de sentirse parte de una red social. Es un anclaje que permite perpetuar la identidad. El sociólogo Richard Sennett en su libro “El extranjero” escribe dos ensayos sobre el exilio; el primero de ellos en torno al gueto de Venecia; el segundo sobre la vida de Aleksandr Herzen, el gran reformista ruso del siglo XIX, exiliado en Gran Bretaña. Una de las observaciones de Sennett respecto a Herzen destaca: “Más que sucumbir a la nostalgia y la autocompasión, Herzen trató de dar sentido al desplazamiento y lo cierto es que abrazó esta idea como un modo de vida. Esta adopción hizo de él un hombre moderno. El desplazamiento y la dislocación se convirtieron en emblemas del arte moderno…”.
El escenario urbano y moderno de la capital es un espejismo, pues lejos de ser una piscina democrática, aquí vemos con horror los intentos humanos por traspasar trabas que parecen pertenecer a la revolución industrial. En este contexto el capitalismo chileno se representa con toda su ferocidad, transformando los cuerpos en mercancía y en desechos. En el cuento “Volver” se retoma la figura materna, una luchadora que entierra a un hijo y atestigua el suicidio de su marido, un evento ya descrito en el primer cuento de la colección, “Menesteres”, que termina con un incendio que quema sus pertenencias. La pregunta que surge acá es: ¿Qué es lo que queda? ¿Qué permanece cuando todo se quema? O, para ser más directos, ¿cómo se altera la identidad propia cuando todo es despojado?
Por ejemplo, en el cuento “Volver” se relata un aborto. Es prácticamente un trámite que no se detalla. La voz narrativa dice: “Me subí a una camilla. Cerré los ojos y aguante el dolor. Escuché el ruido de las herramientas que movían en mis entrañas. También sentí lo que me arrancaban.