El diálogo entre una madre y una hija en un momento extremo, cuando la muerte acecha, invita a la reflexión sobre lo que de real e inventado hay en nuestras vidas Lo que el cuerpo sabe es una novela corta que nos sitúa de repente delante de una cama donde Rotem, una mujer de mediana edad, se está muriendo. A su lado, su hija Nili se empeña en leerle la novela que ha escrito, describiendo la relación entre ellas. Hace dos años que no se ven, y en esos folios Nili vuelca su odio hacia la madre que no es más, ni menos, que un cúmulo de celos por lo que la madre ha representado, por su forma de ser mujer, por su manera de soportar lo que viniera gracias a una estabilidad interior que ganó gobernando su cuerpo con el ejercicio físico y la meditación. Los celos también nacen de la envidia por las experiencias intensas de Rotem con un adolescente que estuvo a su cuidado y que Nili desde niña siempre consideró como un enemigo, alguien que le robaba amor y atención, sin que ella entendiera del todo cuál era la relación entre estos cuerpos vigorosos que la excluían de su mundo. Nili se fue a Londres, negando sus emociones y la realidad de su propio cuerpo, pero ahora ha vuelto, y la inminencia de la muerte la ablanda, le permite por primera vez colocarse en el lugar de la madre. Se instala entre las mujeres una ternura donde aún habitan el miedo y el rencor, y es el cuerpo -el rozar de las manos primero, la mirada después, la piel cansada de tanta enfermedad- el lugar donde empieza la reconciliación: lo que el cuerpo sabe abre las ventanas de lo que no queremos saber. Lo que el cuerpo sabe, lo mismo que Delirio, son novelas que, como decía un crítico italiano, encienden una cerilla en esas grietas profundas del ser humano: es entonces cuando, para bien y para mal, vemos. Que nos guste o no lo que hay, ya corre de nuestra cuenta.
